la conspiracion del ruido

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Algunos de los discos de rock local que más me gustaron entre 2010/2019

Los Knutsen / Gang! (Inédito, 2011).

Antes de dedicarse de lleno a su grupo de funk psicodélico Budajipis, Sofía Pasquinelli, una guitarrista de nivel estratosférico, integró Los Knutsen junto a Andrés Paolucci (bajo y coros) y Gerónimo Zamaro (batería). Es una pena que el trío no se haya consolidado porque su único registro supura adrenalina, punk y urgencia.

A lo largo de cinco canciones, la base rítmica suena maciza y compacta, pero es Pasquinelli, dueña de una técnica asombrosa, la conductora del carrito que lleva al trío por una montaña rusa de punk y grunge con toques de psicodelia en canciones como “Algo que no pida”, “Dorotti” y la impetuosa “Gang!”. Este EP de Los Knutsen permanece inédito. Por suerte, solo hay que teclear el nombre del grupo en You Tube.

Víctima del Vaciamiento / Ídem  (2012).

Incansable luchador de la escena subterránea, después de liderar Los Daylight, Los Impedidos y Operativo Exposición Total, Osvaldo Zulo grabó su debut como solista: ocho canciones comprimidas en poco más de quince minutos que comienzan con un trueno titulado “E.E. Cummings”, un homenaje al poeta norteamericano, de quien Zulo cita la máxima “Unbeing dead isn’t being alive”. Cummings no tiene nada que ver con el rock and roll, pero Zulo convierte sus palabras en un haiku punk de combate contra la zombificación del rock.

Zulo se sube al ring con la pelea perdida, y su obra, al igual que la de los artistas que lo influenciaron, refleja su resistencia a la uniformidad y al conformismo. Al mismo tiempo que reconoce la inferioridad numérica en el campo de batalla, va al muere sabiendo que la derrota está sellada. Con ese solo gesto, encarna el romanticismo punk y subterráneo en su estado más puro.

https://soymutantenetlabel.bandcamp.com/album/021-victima-del-vaciamiento

Pablo Jubany / La espera (2014).

Desde los comienzos de su carrera, Pablo Jubany entendió al rock como un ejercicio de ficción, un ámbito expresivo regido por la imaginación antes que por la representación. Por eso resulta llamativo que La espera sea un disco realista y sincero, que oscila entre el rigor verista de su mensaje y el sarcasmo que lo subraya.

La espera habla del hastío que genera vivir en este híbrido incoloro, ni pueblo ni metrópolis, apenas una ciudad chata, cautiva de su propia publicidad. En ocho grageas de vitriolo y music hall dramático, ideales para festejar la derrota y combatir la intrascendencia, Jubany ofrece un retrato ácido de la Rosario modelo 2014, nunca joya, siempre taxi delivery.

https://jubany.bandcamp.com/album/la-espera

Los Del Fin / Muerte geométrica (2014).

Gabriel Medina (guitarra y voz), Julián Caselli (bajo) y Lautaro Bobadilla (batería) llenan sus canciones de cortes y arreglos intrincados solo por el placer de agarrarse a trompadas con el pentagrama y buscar siempre el próximo escalón de volumen y potencia hasta lograr que la música se desangre.

El rabioso e incandescente Muerte geométrica suena como un Tetris tildado que apila piezas de manera irregular a toda velocidad. Las canciones de Los Del Fin transcurren en las noches suburbanas de la Rosario drogada y violenta de los últimos años, y construyen una mitología barrial de la zona oeste de la ciudad. Muerte geométrica es una tormenta eléctrica y una patada en el culo a los papanatas que creen que el rock está muerto.

https://soymutantenetlabel.bandcamp.com/album/028-los-del-fin-muerte-geometrica

Mi Nave / Estela (2014).

En la historia de Mi Nave, las letras aparecieron de un modo tardío y fueron escritas con el único objetivo de que el grupo no fuera un proyecto instrumental. La brevedad transparente y hermética de esas letras compuestas de apuro las convierte en organismos autosuficientes, y concentra la clave de la música de Mi Nave.

Estela diseña laberintos de espejos que replican pequeñas epifanías. ¿Qué se hace cuando se experimenta una epifanía? Se intenta prolongar su efecto o repetir su aparición. El deslumbramiento dura unos pocos segundos y su realización verbal requiere de escasas palabras, y en las canciones de Mi Nave, cada palabra es importante no tanto por lo que significa sino por el modo en que puede, a partir de la repetición o el estiramiento, modificar su carga sonora y semántica y convertirse en un factor sugestivo y desconcertante.

https://polvobureau.bandcamp.com/album/estela

Prima Limón / Arena (2015).

Escuchar la música de Prima Limón —seudónimo de Julia Capoduro— es como mirar a través de un microscopio. A simple vista, nada se mueve, pero al ampliar el aumento de la lente, aparecen microorganismos agazapados en la aparente fijeza. Guitarrista de técnica refinada, Prima Limón trabaja con pocos elementos, y apela a la repetición solo para enrarecer sus canciones al introducir mínimas variaciones —tímbricas, armónicas— que alteran la percepción.

En una propuesta de estas características, la producción sonora es fundamental y la artista eligió, para la mezcla y el mastering de Arena, a dos expertos: Ezequiel Fructuoso y Eduardo Vignoli. Estas seis canciones, hipnóticas y minimalistas, ofrecen un efecto similar al que ocurre cuando, de tanto mirar un cuadro, la imagen parece comenzar a moverse.

https://fluorescentediscos.bandcamp.com/album/arena-2015-4

Aguas Tónicas / Saturno Swing (2015).

Mariano Conti no descansa. Su producción se divide en los discos que graba como solista (El mito del origen, de 2015, y Cocina, de 2016, son los más recientes) y su trabajo al frente del grupo Aguas Tónicas. Saturno Swing, cuarto disco de estudio del combo, fue grabado en un fin de semana, y contó con la producción y mezcla de Hernán Espejo, más conocido por su seudónimo Compañero Asma.

Machacando sobre la veta de rock valvular que persigue desde su primer disco, en Saturno Swing, Aguas Tónicas actualiza el blues psicodélico de comienzos de los años 70 — Pappo’s Blues, Pescado Rabioso, Color Humano— entre climas humeantes, llamamientos al comunismo y paisajes interestelares. De paso, surfea la ola más alta de su carrera.

https://discosdelsaladillo.bandcamp.com/album/saturno-swing

Yuliett / No parece una catástrofe aunque lo sea – Todo eso que nunca vuelve (2015).

Melancólico, nocturno, pop, minimalista, artesanal y rotoso son algunos de los adjetivos que podrían usarse para describir este álbum de Pablo Giulietti. El guitarrista, que integró la última formación de Alucinaria, forma parte de los Killer Burritos y Degradé; además, lidera el volcánico dúo Valle.

Este trabajo, un disco doble que llega desde un lugar fuera del tiempo, tiene el sonido de una vieja mancha de humedad en la pared. Entre las canciones surgen sonidos fantasmales, voces ahogadas y pianos que parecen ecos desafinados de alguna canción de Molly Drake. En “Brisa”, cuando Giulietti canta “este cuento se borró / no lo pude terminar”, resume el concepto de un disco para guardar pegado a Bedroom Databank (2010), los cuatro volúmenes de grabaciones caseras de Bradford Cox.

https://polvobureau.bandcamp.com/album/a-no-parece-una-cat-strofe-aunque-lo-sea

Coki & The Killer Burritos /  Chicodinamitaamor (2015).

Disponible en Spotify.

La gran diferencia entre Chicodinamitaamor y sus antecesores es la cohesión en la producción artística. Coki Debernardi siempre quiso que sus trabajos tuvieran una unidad de criterio, pero esta nunca se terminó de plasmar de manera categórica ni en el sonido ni en el acabado final, quizás porque carecían de la mirada panorámica que diferencia un álbum de un paquete de canciones.

Chicodinamitaamor retrata el clima violento que se respira en la ciudad con letras que hablan de asesinatos, peleas, drogas, soledad y locura. Y contiene, además, algunas de las mejores composiciones de Debernardi en toda su carrera: la irresistible y espiralada “Titanic té”, “Dinamita2”, que cierra el disco a pura desolación, y el vórtice del álbum, “La sombra”, más que una canción, un estado mental.

Mauro Digerolamo /  La trituradora (2015).

La riqueza estructural y armónica de la canción que le da título al tercer álbum de Digerolamo captura un momento crítico, el punto cero de una fuga hacia adelante. Con el paladar abierto en dos por la ansiedad y el rechazo al conformismo, Digerolamo arranca: “No quiero morir joven, no quiero vivir viejo / no quiero ver que al final / cualquier cosa es lo mismo”.

Los factores que hacen de La trituradora un disco excelente son muchos —la calidad de las composiciones y los arreglos encabezan un largo etcétera— pero la interpretación vocal es el más destacado. En los quiebres, en la rotura texturada de un registro que alterna languidez enfermiza con explosiones de ira, se escuchan los ecos de la crisis personal y creativa que dio origen al disco y que sobrevuela cada canción como una nube negra.

https://sublatir.bandcamp.com/album/sl004-la-trituradora

Los Jardines Líquidos / Ídem (2016).

Flor Croci nunca había logrado plasmar todo su talento en un álbum, y Los jardines líquidos repara esa injusticia. Al frente del cuarteto que completan Ramón Merlo en guitarra y coros, Juan José Flores en bajo y coros, y Adrián Carlesso en batería, y a lo largo de doce canciones que flotan entre la crudeza pop de The Breeders y el cruce entre melodías y texturas sonoras trazado por Gustavo Cerati en Dynamo (1992),  Croci despliega su creatividad como compositora y su reconocida ductilidad como instrumentista.

La autoría de las canciones y la producción artística del álbum fueron tareas que Croci compartió con Ramón Merlo, su mejor socio creativo a la fecha. El dúo, que se apoya en la solvencia de la base rítmica, también explota en el plano instrumental: el diálogo entre las dos guitarras es uno de los puntos altos del álbum.  

https://losjardinesliquidos.bandcamp.com/releases

Amazing Ruckus Trip / Crotoplasma (2016).

En sus canciones, los ART liberan todo lo que tienen adentro, ya sean una tremenda descompostura estomacal (“Piñata gástrica”) o las explosiones cannábicas de una “Hípertos”. Sus letras también hablan de la masturbación o del mal viaje psicodélico de un amigo de miembro prodigioso, apodado, previsiblemente, Manguera. Son historias inofensivas y humorísticas, pero cuando la banda se sube al escenario, se vuelven una cuestión de vida o muerte.

El disco está acompañado de un manifiesto que comienza con la pregunta “Ahora que soy culto, ¿me dejan ser croto?”, y que cita como figuras tutelares al filósofo Diógenes y al poeta mural Cachilo. La filosofía plebeya e insolente del pensador griego, que descartaba la abstracción idealista y valoraba la animalidad y el instinto, guía a este cuarteto que rebota sin freno entre el punk y el pop.

https://jubilodiscos.bandcamp.com/album/jb0011-crotoplasma

Alucinaria / Días de fuerza (2016).

En Días de fuerza, el formato sonoro original de Alucinaria está sepultado bajo una catarata de guitarras, voces, teclados, cuerdas y vientos. La instrumentación copiosa y los experimentos formales definen el concepto del álbum, que se nutre del pop barroco de los Beach Boys modelo 67 y el espíritu beat de los primeros años de Los Gatos.

Estructura y forma son las palabras clave de Días de fuerza porque las canciones marcan la intención de Pablo Comas, su autor, de internarse en los laberintos espejados de la artesanía pop para encontrar, o no, la salida. Casi un anticipo del debut solista de Comas (Hambre, 2019), Días de fuerza es pop de cámara para escuchar con auriculares.

https://editorialmunicipalderosario.bandcamp.com/album/d-as-de-fuerza

Lesbiano / El vuelo del águila Midi (2017).

Iconoclasta y talentoso, Lesbiano nació en la época equivocada. Sus obsesiones son el futuro y la tecnología, y su necesidad de convertirse en un androide lo lleva a explorar todas las herramientas disponibles para construir su propio exoesqueleto musical.

Como si fuera un personaje de Videodrome (1983), la película de David Cronenberg, Lesbiano extirpa de su pecho sonidos, beats y bits para crear una música que conjuga diversas vertientes de la escena electrónica contemporánea —breakcore, breakbeat, glitch— en una colección de canciones pop. Si Roy Batty viviera, “Rosario is dead” y “Quemando cromo” estarían en su lista de reproducción favorita.

https://cyb3r4ng3l.bandcamp.com/album/el-vuelo-del-guila-midi

Los Sucesores de la Bestia / 4​:​59 AM Club (2018).

En sus comienzos, a finales de los años 90, Los Sucesores de la Bestia ofrecían, en sintonía con la época, un alocado cóctel de géneros. Tras un período marcado por el funk bailable, la carrera del grupo se partió en dos con el álbum doble Esto no es funk / Esto es head rock (2010), que separaba los dos perfiles de la propuesta, el bolichero y el rockero. El espléndido 4​:​59 AM Club nace precisamente de esa decisión. 

En 4​:​59 AM Club no hay funk ni soul; se trata de un álbum de rock, a secas. La calidad de las composiciones, el trabajo vocal, los arreglos y la producción sonora redondean el mejor disco del grupo liderado por Dani Pérez. Y “Declaraciones de último momento” —con un trabajo de guitarras monumental— es una canción para escuchar a todo volumen en modo repeat hasta que los vecinos llamen a la GUM.

https://audioburolabel.bandcamp.com/album/4-59-am-club

Cabeza De Saturno / Bosque digital (2018).

Cabeza De Saturno, el cuarteto integrado por César Prece (guitarra y voz), Julia Perpiñá (guitarra y coros), Estefanía Invernizzi (bajo y coros) y Agustín Lenci (batería) curte un rock melódico y enérgico que se sostiene en un trabajo de guitarras extraordinario y un acabado ensamble grupal.

Pero no todo es combustión de alto octanaje: las explosiones sónicas (“En espiral”) encuentran su complemento en instrumentaciones delicadas, como la apretada filigrana de guitarras que distingue “Empezar”. El instrumental “Ven te veo” condensa el equilibrio entre los estallidos de ruido y distorsión y la sutileza que recorren las ocho canciones del volado y psicodélico Bosque digital.

https://cabezadesaturno.bandcamp.com/releases

La Metamorfosis del Vampiro / Terror Kawaii (2018).

Bautizado por Baudelaire, el dúo que integran Jota Kan y Maria Pinipona destila sus efusiones hechas de gritos, estallidos industriales y beats disparados desde una AK-47 en canciones que casi nunca llegan a los tres minutos de duración. Desde Veneno para sapos (2016), La Metamorfosis del Vampiro se afianzó en el circuito local y capturó el interés de un público nuevo, joven y heterogéneo.

No tiene mucho sentido tratar de catalogar la música de La Metamorfosis del Vampiro: si bien se nutre de diferentes corrientes —punk, industrial, noise, darkwave, hardcore tecno—, el dúo las sumerge en ácido sulfúrico para crear la banda sonora de una pesadilla gótica, ideal para estos días de capitalismo asesino. 

https://lametamorfosisdelvampiro.bandcamp.com/album/terror-kawaii

Tano Viamonte / Furia maravilla (2019).

Disponible en Spotify.

Una suerte de resignación estoica, que oscila entre el humor y la desesperación, recorre las canciones del Tano Viamonte. Talentoso, vago y despreocupado, fondeado en Pérez, el culo del culo del devastado conurbano rosarino, disco a disco, Viamonte construyó una obra despareja y extraordinaria.

Entre el rockito fiestero “Banana”, con Coki Debernardi de invitado, pasando por “Paraguay” —al que Viamonte define como el producto del coito entre Dinosaur Jr. y Raúl Carnota—, y el nebbiero “Rocanroles imposibles”, con Litto Nebbia en voz y teclados, Furia maravilla aparece, un poco paradójicamente debido a su variedad estilística, como su trabajo más sólido.  

Bubis Vayins / Salir (2019).

Disponible en Spotify.

La propuesta de la aparición más fulgurante de la escena local de los últimos dos años se sintetiza en el contraste entre melodías aniñadas y letras que hablan de desesperanza y alienación. La bipolaridad que caracteriza la música de Bubis Vayins nace de las canciones de Maru y Nineo Zoom, sus dos compositores, cantantes y guitarristas. Allí donde Maru aporta angustia y frenesí, Nineo Zoom ofrece altas dosis de melancolía; la telepatía entre ellos es extraordinaria.

La tristeza infinita de “Parque”, el vértigo atropellado de “Ansiedad” —“En los días que quiero reír / en los días que quiero llorar / el sentimiento es el mismo / la cara, distinta”, canta Maru—, y la elegía urbana titulada “Cuando San Martín se hace avenida” anuncian que lo mejor de este quinteto está por llegar.

Alto Guiso / Psicoguiso (2019).

En 2016, casi de casualidad, Sofia Pasquinelli (guitarra eléctrica y voz), Florencia Croci (bajo y voz), Melina Spizzirri (trombón, sintetizador y voz) y Ani Bookx (beats, loops y voz) formaron el grupo que se convirtió en una de las sensaciones de la escena rosarina de la mano de un cóctel cadencioso y feminista, hecho con pedazos de hip hop, rock y funk.

Cristian Bruscia, Paola Santi Kremer y Hugo Lobo son algunos de los invitados de Psicoguiso, un álbum envolvente, bailable y urbano que destila humor, ironía y crítica social en un estofado de, tal como las mismas Alto Guiso lo definieron, “post hip-hop apocalíptico y psicorap digital de garaje”.

https://editorialmunicipalderosario.bandcamp.com/album/psicoguiso

Aguas Tónicas, 2008 (*)

Si no fuera porque estamos en 2008, después de escuchar Canal de amor y confusión, el segundo trabajo del ahora quinteto Aguas Tónicas, bien podríamos pensar que el reloj se detuvo en 1973, cuando los discos se concebían como obras para ser disfrutadas de manera completa; cuando un álbum no era una colección de canciones sueltas sino el entramado de segmentos musicales anudados a partir de un criterio único. Pero a no equivocarse, Aguas Tónicas no cultiva el rock retro ni su nuevo disco es lo que suele llamarse una obra “conceptual”. Se trata más bien de seis temas que recortan un momento puntual en la evolución del grupo.

Canal de amor y confusión se presenta como un álbum breve y equilibrado en el que las canciones se entrelazan de manera coherente a lo largo de 35 minutos. La banda le pasó el plumero a la pared de mugre y distorsión que monopolizaba su sonido y le quitó a las guitarras su rudo protagonismo para enredarlas con los teclados. El resultado es una atmósfera envolvente y etérea, pero no por eso menos potente, en la que el blues permanece como un eco lejano y la voz ocupa un lugar central. El cambio motivó que los músicos puedan escucharse mejor entre sí y trabajen cada compás en conjunto, respirando la cadencia del ritmo y controlando el volumen para mostrar un trabajo fino y detallista.

Canal de amor y confusión es un disco de tranco lento, que va en busca del trance y muestra al grupo en movimiento. A medida que pasan las canciones se hace evidente que Aguas Tónicas empieza a conocer sus herramientas a fuerza de experimentos y, pensando en posibles filiaciones dentro del rock argentino, su música hoy está más cerca del rock progresivo de Pez –puntualmente, “Mandrágora”– que del vórtice metalúrgico que proponen Los Natas.

La inicial “Nada sensato”, casi una luminosa canción pop –dentro de los parámetros del rock que propone Aguas Tónicas–, no posee el aura de misterio y magnetismo que recorre toda la placa y que alcanza su cénit en la mántrica “El sueño”, ideal para cerrar los ojos, subir el volumen y dejarse llevar por las vibraciones irisadas de las guitarras. Los diez minutos místicos de “Mandrágora” cierran el disco de la mejor manera, con dinámicas alternadas, percusión, piano y ruidoso desmadre final.

Aguas Tónicas aprende rápido. La dureza ruidosa de su primera época quedó atrás pero esto no significa que el grupo haya perdido fuerza sino que su evolución le pide para estas nuevas canciones un sonido más claro y definido. Y si en su primer álbum los timbres remitían al rock valvular y desprolijo, el audio cristalino de Canal de amor y confusión revela que para Maru Conti y sus secuaces los 70 se han convertido en un punto de partida, ya no de llegada.

(*) Publicado no sé dónde, en 2008.

Alucinaria no (yes) future

Bands, those funny little plans,
that never work quite right.
(Mercury Rev, “Holes”).

Una noche de 2012 en Mc Namara, mientras Alucinaria adelantaba las canciones de su álbum debut, Lucas Canalda me susurró: “Estos pibes son el futuro”. En ese momento, la sentencia me pareció equivocada: la música, espléndida, que bajaba del escenario no era ni más ni menos que el presente absoluto de la escena local.

Mi Nave y Alucinaria eran por aquel entonces dos de las mejores bandas del rock argentino. Cada una, a su manera, desplegaba una música intensa y elaborada, cerebral y sensible, con un criterio de instrumentación contemporáneo, buenas melodías y una dosis de experimentación formal y sonora.

Si Mi Nave sintetizaba la caligrafía pop de Deerhunter con el trance hipnótico de Stereolab, Alucinaria optaba por metabolizar la melancolía guitarrera del Radiohead de The Bends (1995) y el costado más rockero y acelerado de The Strokes.

La última rotación del sol (2012), el debut discográfico de Alucinaria, reflejaba, nítidas, las líneas que caracterizaban —y tensionaban— la propuesta: sus canciones fluctuaban entre la ternura y la angustia, melodías y texturas pugnaban por el lugar central, y entre el rock filoso y el costado más pop del grupo latía un estado de total interferencia.

En el concierto que Alucinaria compartió con Degradé a mediados de 2014 en Pugliese, ya eran evidentes las tendencias que darían forma al sucesor de La última rotación del sol. El álbum, más que un esfuerzo grupal, resultó el protodebut como solista de Pablo Comas, compositor, guitarrista y cantante de la banda.

El proceso que dio origen a Días de fuerza (2016) comenzó con las deserciones del tecladista Mikle Culaciati y el guitarrista Guido Piccolini. Bajo el formato de trío, en 2013, Comas, Federico Oti (bajo) y Federico Toscano (batería) trabajaron las nuevas canciones y grabaron las bases en el estudio El Attic de General Rodríguez.

A partir de ese momento, un poco como Brian Wilson en la época de Smile —el legendario y trunco álbum de los Beach Boys que se grabó en 1967 y que permaneció inédito por lo menos de manera oficial hasta 2011—, Comas se embarcó en una febril maratón creativa que incluyó la producción artística y mezcla del disco. Esta última tarea, la compartió con Dani Pérez y Alfonso Tanoni.

Dos años después, el resto del grupo, al que ya se había sumado el guitarrista Pablo Giulietti, consideró que el asunto se había prolongado más allá de lo razonable y, finalmente, cuando el álbum fue publicado, Alucinaria estaba prácticamente disuelto.

En Días de fuerza, el rock potente de los primeros años tiene poco lugar, y el formato sonoro original del grupo está sepultado bajo la catarata de guitarras, voces, cuerdas y vientos que recorren catorce canciones en las que los teclados, también a cargo de Comas, ocupan un lugar central.

Además de la obsesión de Wilson por alcanzar la perfección, Comas asimiló el pop barroco de los Beach Boys modelo 67 y, también, el espíritu beat de los primeros años de Los Gatos, una búsqueda similar a la de Banda de Turistas (¿se acuerdan?) en la época de El retorno (2009).

Desde el arranque, “El control y las estrellas” y “Paz (excepto para las almas despeinadas)”, además de firmar el final del Alucinaria, resumen la idea general del álbum, cuyo radar está orientado hacia la aleación de dulzura, melancolía y psicodelia que en 1967 compartían The Beatles y The Beach Boys.

“Vos y yo”, una canción de cuna montada sobre un tibio rasgueo de guitarra acústica, podría habilitar la hipótesis de que Comas encuentra su mejor forma cuando desarrolla sus ideas de manera despojada. Pero la instrumentación copiosa y los experimentos formales que definen el concepto del álbum sepultan esta conjetura. Días de fuerza es pop de cámara para escuchar con auriculares.

“Hermanos de la buena pérdida” —con una performance vocal urgente—, “Bienvenido a casa” —una rareza que reescribe el pop de Deerhunter con un estribillo candombero—, y “Nos estamos vigilando” son las tres canciones que se acercan al sonido del primer disco de Alucinaria. En cada una, como en el resto de sus apariciones a lo largo del álbum, Pablo Giulietti muestra por qué está considerado como uno de los mejores guitarristas de la escena local.

“Solo en la oscuridad”, “Sos”, “Manzana colisión de tu dulce espera” y “¿Y tu rebelión?” tiran un link a las cándidas marchitas beat de los primeros discos de Los Gatos, y este pop de caramelo contrasta con el costado más oscuro y rico del disco. Pero para Comas, los contrapuntos no parecen ser un problema: el breve texto que  acompaña el sobre interno del disco (“Amarse es amar esta guerra: la de uno consigo mismo”) reafirma su deleite en el conflicto.

El corazón del álbum es “Mancha”, un bad trip como “El súbito” de Babasónicos y “Cabin Essence” de los Beach Boys. La canción comienza y termina con la misma idea melódica, pero es en el interludio —en los teclados siniestros, el ritmo de twist acelerado y la guitarra surf resuenan los ecos de The Lost Sounds—  donde asoma la cifra del disco, oculta en la sintaxis frondosa de sus catorce canciones. Si Días de fuerza abraza el costado luminoso de la psicodelia, “Mancha” presenta el reverso del sueño multicolor.

“Visiones del más acá”, “Mancha” y “Espejo de mí” son los borradores de Hambre (2019), el debut solista de Comas. Estructura y forma son las palabras clave porque estas canciones marcan la intención de su autor de internarse en los laberintos espejados de la canción pop para encontrar, o no, la salida.

Las letras de Días de fuerza, al igual que las de su antecesor, están escritas en primera persona del singular. Si bien contienen numerosas afirmaciones, estas no parecen ser sentencias sino las efusiones de un artista que expresa sus ideas en voz alta para comprobar si tienen sentido. De ahí la mezcla de vulnerabilidad, arrogancia y desesperación que reverbera en la performance vocal de Comas a lo largo del álbum.

“Quise crecer / pero más quise averiguar / qué se siente aterrizar sobre todas estas heridas” se lee en “Si el cuerpo sano quieres, tomar té feo debes”. Y en “Visiones del más acá”, Comas canta “¿Adónde vas sin poner el cuerpo?”, pregunta que resume su filosofía artística. Poner el cuerpo es asumir el riesgo de quemarse en pos de una idea y perseguir una intuición hasta el final sin pensar en las consecuencias. ¿Qué más se puede esperar de un artista?

Volviendo al principio. Aquella noche de 2012, Canalda estaba, y no, en lo cierto. El futuro era el fastuoso Días de fuerza y, tras el final del grupo, el rock voltaico del dúo Valle y el arranque de la carrera solista de Comas. No dejo de pensar qué habría ocurrido si el sueño de Alucinaria hubiera durado un poco más.

Exilio africano y hip hop en la ciudad de la soja

De los seis temas incluidos en el EP Huellas (2006) del sexteto rosarino de hip hop La Rexistencia, el penúltimo, titulado “Rosario city”, era el más llamativo. Considerando que el hip hop es un género narrativo que requiere la comprensión de la letra que se canta, “Rosario city” se presentaba como un enigma de, por lo menos, dos preguntas. Primero, ¿quién canta?, y luego, ¿en qué idioma? La difusión boca a boca y el posterior interés del periodismo hicieron que la historia de David Bangoura, de nombre artístico Black Doh, autor e intérprete de la canción, fuera conocida en la ciudad: escapando de la dura vida en Conakry, la capital de Guinea, una antigua colonia francesa del oeste africano, Bangoura llegó a Rosario a comienzos de 2005 escondido en la barriga de un barco, después de un penoso periplo que incluyó cuatro intentos fallidos, expulsiones y escalas varias en Egipto, Mauritania y Ucrania.

La odisea de Bangoura captó la atención de Rubén Plataneo, realizador de Tanke P.A.P.I., Dante en la casa grande y Muertes indebidas. David y el gran río, el nuevo documental de Plataneo, hace foco en la historia de Bangoura al tiempo que narra la llegada de jóvenes africanos a los puertos del cordón industrial del Gran Rosario. La devaluación del 2002 y la transformación del país en uno de los principales exportadores de soja a nivel mundial potenciaron el aluvión de barcos.

Dice Plataneo: “Con Virginia Giacosa nos pusimos a investigar el fenómeno de los chicos africanos que llegaban a San Lorenzo, Rosario y Puerto San Martín, atravesando el océano durante semanas, famélicos, deshidratados. Buscaba un personaje que me permitiera hacer una película sobre esa brutal expresión de la situación mundial, concentrada en los barcos. Los barcos me apasionan desde que aprendí a leer. Junto con el cine, son el mejor y más misterioso transporte de historias. Entrevistamos a varios jóvenes africanos que en ese momento tenían atención como migrantes. David había hecho antes otros cuatro viajes como polizón, pero siempre lo habían deportado”.

En la actualidad, los numerosos jóvenes africanos que llegaron en esos barcos luchan por sobrevivir en una ciudad que los mira con una mezcla de piedad y temor. Otros no tuvieron tanta suerte y perdieron la razón, como Kamara, compañero de travesía de Bangoura, que pide monedas en el semáforo de Corrientes y San Lorenzo y muestra su destreza como máquina de ritmos humana en un pasaje de David y el gran río.

Plataneo decidió convertir a Bangoura en el protagonista de su trabajo cuando este le contó que su madre no sabía si estaba vivo o muerto. En ese punto, lo que era un documental sobre un joven africano en Rosario se convirtió también en una misión: llevar a Conakry el álbum Cruzando el mar (2012), que Bangoura grabó en Rosario.

Según cuenta Bangoura, su escape de Guinea estuvo motivado no sólo por el contexto de pobreza y violencia que signa la vida en Conakry sino también por su sueño de convertirse en artista. En un pasaje de David y el gran río, la madre del joven recuerda su rechazo a las tempranas inclinaciones musicales de su hijo y lo exhorta –Guinea es un país mayoritariamente islámico– a cortarse las rastas, por lo que no sería apresurado afirmar que Cruzando el mar es, además de un disco, un palimpsesto en el que pueden leerse diferentes choques culturales.

El jazz y el blues tienen su prehistoria en la música africana y su posterior desarrollo en el mapa cultural norteamericano. El hip hop, también una música de raíz negra, guarda en su memoria genética una actualización caribeña ligada directamente al reggae: los DJs Kool Herc y Grandmaster Flash, dos de los lanzadores iniciales del hip hop, comparten un origen caribeño, Barbados y Jamaica, respectivamente.

Se sabe que el hip hop nació a fines de los 70 en el Bronx, en fiestas callejeras en las que varios DJs se turnaban para poner música con la presentación de un maestro de ceremonia (MC), nada muy diferente del soundsystem jamaiquino de finales de los 50. Con dos bandejas, un micrófono y una pequeña consola de mezcla como todo equipamiento, el hip hop original se inventó a sí mismo como una música impura, definida por su permeabilidad estética y su incorporación de sonidos provenientes de cualquier género. Claro que el hip hop nace en Nueva York, corazón del capitalismo norteamericano, por lo que no deja de estar marcado, como apunta el crítico Simon Reynolds, por una lógica predadora, patriarcal e individualista. Más allá de que en la actualidad haya monopolizado la industria discográfica norteamericana y sus principales referentes narren en sus discos sus aventuras de millonarios, la pobreza estructural original del género (el hip hop nace como un arte de la carencia, es música hecha con tocadiscos, no con instrumentos) le permite mantener un aura de autenticidad proletaria. En ese sentido, Cruzando el mar late en sincronía con el primer pulso del género, ligado a una impronta testimonial, denuncialista.

Si el ritmo es el motor de una canción, en el hip hop esa máxima está llevada al extremo. En inglés, “flow” puede ser un verbo (fluir) o un sustantivo (flujo). En el mundo del hip hop, el término se utiliza para distinguir al rapero que tiene la destreza necesaria para encabalgar sus rimas al entramado rítmico de la canción y lograr que el torrente de palabras fluya junto a la música. En el caso de Black Doh, el problema es el castellano. Cuando rapea en su particular mezcla de sussu y francés, su flow es impecable. El castellano, su tercera lengua, se presenta como un obstáculo, un problema métrico y semántico.

Cuenta Plataneo, sobre la escena musical que vio en Conakry: “La referencia en hip hop para los africanos de esa región es el rap francés y la fuerte raíz musical africana, que es realmente impresionante”. Si el jazz y el blues son emblemas de la transculturación que marca el viaje musical de África a América del Norte, el disco de Bangoura encarna una nueva instancia, un rebote de carácter global en el sentido más literal de la palabra, con el hip hop como lengua franca entre Guinea, Francia, Nueva York y Rosario; una música que cruza el mar una y otra vez y que se rediseña en cada puerto.

En Rosario, Black Doh encontró algunos aliados de peso para grabar su primer disco. Don Q, uno de los fundadores de La Rexistencia, aportó sus programaciones y el benemérito Charly Egg se hizo cargo de la masterización.
Pero quizás el aporte más importante lo haya hecho Eduardo Vignoli, responsable de los arreglos y la grabación.

En los últimos quince años, el rock de Rosario expandió sus fronteras estilísticas de la mano de grupos como Los Buenos Modales, Una Cimarrona y Banda en Orsai, los tres motorizados por el ácrata Vignoli y su incansable pulsión por el mestizaje. Basta con escuchar La ambición de las especias (2011), último registro de Banda en Orsai para comprobar la incidencia de Vignoli en la concepción de Cruzando el mar. El debut discográfico de Black Doh posee una rara cualidad: si el hip hop actual parece congelado en la retroalimentación de sus propios códigos, la impronta de Black Doh le otorga un aura casi virginal. Africano en su origen, norteamericano en su mapeo sonoro, rosarino en su realización, el disco representa como pocos los alcances del proceso denominado globalización: las penurias de un escapado africano en la ciudad de la soja al ritmo del hip hop.

publicado en Anuario 2012

 

Soy Mutante y Ale Siniestro: postpunks surrealistas

A veces un nombre realiza, de modo deliberado y contundente, el sentido de aquello que nombra, mezcla identidad y destino en una sola entidad. Ejemplos: Joyce bautizó su gran novela con el nombre del primer viajero de la literatura occidental, el futbolista Cristiano Ronaldo se llama así porque su padre es un hombre de fe que admira a Ronald Reagan, Kurt Cobain necesitaba volver al calor del vientre materno y por eso el último disco de Nirvana lleva como título In Utero

En 2007, Ignacio Espumado fundó un sello discográfico con el objetivo de volver audible y visible una música que estaba a su alrededor y que, de otro modo, habría terminado en un bolso de CDs grabables perdido en alguna mudanza. El nombre del proyecto, Soy Mutante, presupone una idea del cambio como objetivo permanente, un impulso por abrazar la deformidad y el desvío como único camino posible. No es extraño que a Espumado le guste el post punk, nombre otorgado por el periodismo al desconcertante mapa del rock inglés de 1979, resultado del desplazamiento tectónico que habían provocado los Sex Pistols y el álbum Low de David Bowie dos años antes.

Los Sex Pistols fueron una patada en el mentón de todo aquello que había convertido al rock en un museo y decretaron una vuelta, intuitiva y visceral, al minuto cero del género. En un abrir y cerrar de ojos dijeron “no hay futuro”, editaron su único álbum y desaparecieron del mapa, dejando a sus contemporáneos el problema de desarrollar una idea musical que, en teoría, era pura negatividad.

Esa condena inicial ofreció a las bandas formadas al calor del fuego punk la libertad helada de una hoja en blanco. De ahí que el crítico Simon Reynolds llame al post punk “la segunda edad de oro del rock”. Una edad, puede agregarse, que comienza también con la irresistible inestabilidad formal, los cambios abruptos y las sorpresas sonoras de Low, un álbum premonitorio y  fragmentario: la idea general que lo articula sólo se aprecia en la astilla del espejo roto.

Lo mejor del post punk está en los catálogos de los sellos independientes norteamericanos y británicos (SST, Rough Trade y Factory Records, entre otros), que combatieron la falta de dinero con una lógica de trabajo guerrilla. Los simples de siete o doce pulgadas, integrados por dos o tres canciones, tienen, en este contexto, una significación especial. Y sigue siendo una práctica corriente incluir en los lados B de esos simples canciones extrañas o una versión insólita de algún clásico, eso que la industria llama “rarezas”. Por eso no sorprende que el origen del sello de Espumado sea un compilado de lados B de Los Daylight, banda que integró entre 2004 y 2010: “Yo había juntado varias grabaciones de Los Daylight y me decidí a hacer un disco de lados B y remixes en 2007. Al mismo tiempo conocí a los Daddy Rocks y les ofrecí grabar un disco. Yo ya tenía experiencia en estudios porque había hecho de forma casera los discos de Matilda, mi otra banda. Y me cebé, me parecía que había hecho algo piola y realmente me reconfortaba participar en los discos de ese modo. Quise hacer un sello en el que los discos tuvieran una intervención casera, artesanal. Ofrecí mi trabajo de onda y grabé un montón de discos en mi casa. Soy un fanático de las editoriales, de la idea de lo que es una línea editorial”.

El catálogo de Soy Mutante conjuga una estética entre marginal y desprolija y un enfoque avant garde. La raíz de esta música es, como dice Espumado, casera y artesanal; el modo en que es interpretada y grabada funciona, en un punto, como su posterior análisis. Primitiva y sofisticada al mismo tiempo, la producción de Soy Mutante revela la clave del sello, la raíz de su nombre: el objetivo no es encontrar la novedad sino producirla. Si la repetición congela y prolonga modelos hasta llevarlos a su caricatura, Soy Mutante propone una huída hacia el desequilibrio. Espumado lo explica mejor: “La mayoría de los músicos que grabamos en el sello, en algún momento, tocamos música punk y después le agregamos ciertas pretensiones artísticas, experimentales. Los Daddy Rocks tocan con pistas pero tienen una onda punk muy marcada. El sello persigue un audio desprolijo, no me interesa que todo suene perfecto sino que los discos transmitan otra cosa, cierta cuestión más picante y bardera, oscuridad y diversión al mismo tiempo. En nuestros discos se permiten las desafinaciones, los errores como arreglos estéticos”.

Los discos de Soy Mutante oscilan entre el punk sangrante de Los Del Fin y Desesperanza, el garage deconstruccionista de los Ready Made, la música indescriptible de Los Daylight y el collage de espejos deformantes de Sistema Sonido Descontrol. La tapa del primer EP de estos últimos es una obra original de Ale Siniestro titulada “La niña voladora”. Al igual que su amigo Espumado, Siniestro propone, a su manera, un arte de la mutación. Basta con observar su Elvis cabeza de jirafa o, en el mencionado disco de los Sistema Sonido Descontrol, la niña bailarina y voladora con alas filosas como rayos y cabeza de tentáculos redondeados.

www.soymutantenetlabel.bandcamp.com

 

El rock en los ojos

Ale Siniestro también tiene un origen punk. Nació en Capital Federal en 1982 y recibió su primera guitarra eléctrica a los 11 años, “casi de la mano de las primeras birras”, aclara. Si bien su destreza y habilidad con la pelota anunciaban un destino en el fútbol profesional, Ale Siniestro dejó todo por el rock y se sumó a Los Culpables de Todo, una banda de principios de los años noventa que tuvo un efímero éxito de la mano de la canción “Acosado sexual”. Fue en aquel momento que se hizo cargo de la faceta gráfica del grupo.

En 2004, después de una gira europea junto a Los Argies, banda en la que Espumado tocaba el bajo, Ale Siniestro se instaló en Berlín, donde, cuenta, “viví en un squat, el street art estaba explotando, el arte y la música te inundaban los sentidos”. Antes de mudarse a Barcelona en 2008, hizo base por un tiempo en Rosario y grabó su disco Colirios, editado, sin sorpresa, por Soy Mutante. Es llamativo el contraste entre el clima acústico y relajado de Colirios y el carácter inhumano y fracturado de la obra plástica de Siniestro. Él dice que el álbum “fue la calma que necesitó el caos para prosperar”.

Si el rock fue el gatillo del caos visual, hay que preguntarle al artista por la banda sonora su vida: “El rock es un afluente inagotable de discrepancia y rebeldía que me influye en cada movimiento y mi trabajo intenta ser rock que entra por los ojos. Toqué en muchas bandas, como Los Dísckolos y Mojarras. Las bandas que me parten la cabeza son Bauhaus, Neu!, T-Rex y New Order. También escucho música disco italiana y death metal. Actualmente toco en tres proyectos: Los Vértigos, Black Cat Lullaby y Club Nocturno”.

En las obras de Ale Siniestro chocan diferentes códigos visuales. Su arte parece centrarse en el equilibrado desequilibrio de tres o cuatro elementos que se conjugan de manera inesperada. ¿Surrealismo? Sí: “El dadaísmo y el surrealismo son el lenguaje que uso. Dalí, Pierre Moliner y Paul Delvaux son algunos de mis artistas preferidos. Hace poco participé de una expo colectiva en Los Ángeles, arte inspirado en los Pixies, con un grupo de artistas increíbles. Sergio Mora es uno de ellos, lo recomiendo con fervor”, dice Ale.

No sorprende, para conectar los puntos restantes, que, al igual que Ignacio Espumado, Ale Siniestro suelte la palabra “experimentación” en alguna respuesta: “En mi caso, todo parte de la experimentación. Mi naturaleza es supercaótica, tiro todo a mi licuadora mental y a la hora de volcar mi creatividad busco y revuelvo en una mezcla en la que puede aparecer cualquier cosa. Se me aparece un personaje principal, alguien con quien podés sentirte identificado, e intento crear a su alrededor una escena irracional, que para mí puede tener un sentido y para vos, otro, como un sueño. Intento evocar una imagen onírica. Mi arte nació de la necesidad de ilustrar el rock. Luego creció y se puso en el mismo escalón; y ahí andan, prestándose favores”.

http://www.alesiniestro.com

 

Publicado en Anuario 2011.

http://www.anuarioarte.com.ar